Aqui estoy tranquila La danza de las horas llega La danza de la espera sigue. Yo soy la vida.

miércoles, 28 de enero de 2015

¿QUIÉN ES ANTONIO PÉREZ ESCLARÍN?

¿QUIÉN ES ANTONIO PÉREZ  ESCLARÍN?
Mira a todos los seres desde  su  caminar profético  de la vida, con quienes viene construyendo sus sueños, inquietudes, amistades, esa búsqueda  en la permanente reflexión del pensamiento humano que lo convierte en un genuino maestro.
Es para mí un reto muy grande y muy digno escribir sobre Antonio Pérez Esclarín. Se me ocurren muchas ideas pues me viene como  una especie de cascada de imágenes  para describir cómo es su ser. Para ello, voy a seleccionar algunos de sus libros, pues son muchos sus escritos, y muy numerosas las ideas que describen  a un gran hombre en su hacer como cultivador de la palabra, una palabra que es como el rocío de la mañana para quienes lo escuchan, y a quienes lo miran como una estrella mañanera que les llena con su brillo de esperanzas, ilusiones, sueños…
Su ser es una palabra viva, es amor, es esperanza, es plenitud espiritual, que son el camino que recorre y ofrece, junto a presentarnos a Dios como un amigo siempre fiel. Antonio invita a ser luz y sal. Luz para alumbrar los caminos y sal para sazonar los sueños en su justa medida.
Antonio nos invita a mirar al otro como un hermano, respetando sus ideales, su físico,  su raza, su religión o su pensamiento político, diferentes al mío. Nos invita a valorarlo en lo que es y como es, a permitir que el amor sea el motor de la vida, pues como   dice: “posee un corazón tan gozoso que puede regalar corazones”.
En su caminar, Antonio ha hecho del servicio su horizonte: “Caminante, no hay camino. Se hace camino al andar. Al andar se hace camino…”, para renovarse, para prepararse, para el encuentro con su público. Esto le ha permitido obtener sus aprendizajes, escribir 56 libros y publicar un artículo de opinión cada semana en siete periódicos y en varias revistas digitales. Así fue naciendo el escritor de novelas, el educador, el esposo, el padre de Manaure y de Nairuma, el abuelo de Paula Lucía a quien ya dedicó un libro con estas palabras: “A Paula Lucía, mi nieta, que llegó como un arcoíris de primaveras en el otoño de mi vida”.
Al lado de Antonio Pérez Esclarín, uno se siente valioso, bueno, con ganas de vivir y de amar. Recuerdo que, en un encuentro, una persona del público  manifestó que sería muy feliz si cada mañana pudiera conversar con él al menos cinco minutos.
Antonio despierta, sacude, provoca las ganas de vivir, la pasión, el sentido que todos poseemos para dejar huellas en la vida y en la historia, como él las va dejando y muy profundas en su vida y en su historia.
En sus libros encontramos pensamientos muy ricos nacidos de su propia experiencia, como este que es la dedicatoria de su libro “Jesús Maestro y Pedagogo”:
“A todos los maestros y maestras que se esfuerzan cada día por seguir los pasos de Jesús y trabajan con entusiasmo por gestar una educación y una pedagogía al servicio del desarrollo integral de sus alumnos”.
El propio Antonio se esfuerza cada día por moldear su figura de educador en el ejemplo de Jesús Maestro y por ello resulta un ejemplo digno, humano, honesto, con una sabiduría muy sencilla, que busca cada día aprender para realizar cada vez mejor su tarea de educar.
Antonio nos invita a ser “parteros del alma, y nos dice que vivir es hacerse, construirse, inventarse, desarrollar todos los talentos y posibilidades, llegar a ser auténticamente libre. Nos dieron la vida, pero no nos la dieron hecha. En nuestras manos está la posibilidad de gastarla en la banalidad y la mediocridad, o de llenarla de plenitud y de sentido. Podemos aumentar la violencia o ser constructores de paz;  vivir negando y destruyendo la vida, o vivir defendiendo la vida, dando vida “(Educar para humanizar, pág. 48).
Aquí Antonio nos plantea que debemos tomar las riendas de la vida para llegar a ser lo que debemos ser: En nuestro  caso, educadores responsables y generosos. Por ello, debemos preguntarnos cuál es nuestro proyecto como educadores,  qué valores tenemos y enseñamos, pues no podremos ayudar a ser plenos y  felices a los demás si nosotros no lo somos. Educar  es ofrecer los ojos a los alumnos para que puedan  mirarse en ellos y verse bellos y así puedan mirar  la realidad sin miedo y a los otros con cariño.
Antonio nos invita a ser originales y creativos, lo que nos permitirá comprendernos y darnos a comprender a los demás, y así comprender el mundo dentro de la convivencia en el contexto real de cada uno. Saber resolver los problemas y proponer ideas es alcanzar la plenitud intelectual, desarrollar la inteligencia creadora. Para ello, es necesario asumir la vida como un proceso de auto-socio-construcción, de desarrollar los talentos; es razonar, ser crítico y autocrítico, frente a los hechos y la vida. Es desarrollar la creatividad, los talentos estéticos y éticos, la capacidad de leer por dentro. Es convertir los conocimientos en propuestas, ideas, productos, soluciones de las situaciones que vivimos. Es llenarse y llenar a los demás de alegría: “Si uno está alegre, los que están alrededor se sentirán en una fiesta”,  nos dice Antonio.
Antonio nos invita a comprender que somos fuertes si tenemos esperanzas y la convicción de que nuestra vocación se nutre de dios. De ese dios hecho hombre, que vino a proponernos acompañarle en su proyecto de hacer de este mundo un mundo de fraternidad y amor. Nuestro dios es un dios de vivos y no de muertos, que nos quiere y nos da la vida para que seamos creadores de sueños, para que eduquemos en valores, y así lleguemos a ser sabios, para que seamos capaces de sacudir la rutina y la repetición de un aprendizaje aburrido, y sin importancia.
Se trata, en definitiva, de “aprender a desaprender para ser capaces así de aprender a aprender, aprender a comprender y aprender a emprender…”, es decir, aprender a producir y crear. No se trata tanto de saber muchas cosas, sino de saber utilizar lo que se sabe y ponerlo al servicio de la vida.  Esto supone también cultivar la memoria, ya que no hay inteligencia sin memoria. Aprendemos de lo que ya sabemos. Pero no se trata de repetir si no de construir nuevos conocimientos desde lo que ya sabemos.
Para ello, debemos aprender a escuchar con los ojos, hablar con los ojos, aprender y enseñar con  todos los sentidos, desarrollar una mirada contemplativa capaz de admirar las bellezas de la naturaleza; una mirada  fraternal, cariñosa, que salga del corazón y alimente una palabra que anime, que transforme la no vida, que haga florecer sonrisas, ilusiones, que ayude a desarrollar el pensamiento, el amor, la convivencia en todo momento. Palabra que haga crecer la libertad, palabra que construya un saber con sabor, que promueva verdaderos aprendizajes significativos.
Antonio promueve la escucha activa capaz de escuchar a la  naturaleza, escuchar el silencio, las risas, los miedos, la timidez, la angustia y los problemas. Para ello, necesitamos afinar el oído para recrear la imaginación, la creatividad, para ser capaces de valorar y gustar la música y los sentimientos puros.
Antonio nos invita también a afinar el olfato para ser capaces de sabore4ar la vida y disfrutar del olor de las flores, de las frutas, los alimentos uq e son los que nos fortalecen y posibilitan la vida: Oler la tierra perfumada por la lluvia y azotada por el viento. Saber oler los momentos buenos para saborearlos y los tristes para comprenderlos y aprender de ellos.
Desarrollar también el tacto para acariciar y hacer de nuestras manos un instrumento de Dios que defiende la vida, que acaricia los cuerpos, que da movimiento y armoniza los corazones llenándolos de dicha, alegría y comprensión.
En conclusión  Antonio promueve un enseñar y aprender desde los corazones para ir en busca de un mundo nuevo, que supere las barreras de todo lo que destruye, de lo que aniquila la vida, y desarrolle lo que va poco a poco dándole sentido a la verdadera razón de la creación.
Para Antonio Pérez Esclarín, la pedagogía del amor y la ternura es posible cuando entendemos que “amar es querer el bien para el otro” . Si somos hechos a imagen de Dios y Dios es amor, somos seres para amar. En consecuencia, debemos desarrollar las capacidades de amar, limpiar nuestros corazones, dejar que sus latidos sean verdaderamente libres.
Esto será posible si “aprendemos a enfrentar los problemas y las crisis para encontrar la paz, la sinceridad, el sentido de nuestra vida. Ello posibilita crecer con el otro y verlo como hermano a pesar de sus diferencias”. Esto equivale a superar y rechazar la cultura de la muerte y del consumo irracional, pues “educar es formar persona, cincelar corazones, ser espejos para que los alumnos se miren en ellos y se vean valorados y queridos, es continuar la obra creadora de Dios, defender la vida, la naturaleza, recuperar una mirada de asombro y que posibilite y promueva el conocimiento auténtico”.
Antonio nos invita a sonar, insiste en que la educación asuma el desarrollo de la imaginación y la creatividad, que seamos sembradores de sueños y esperanzas, pues si tenemos un porqué en la vida, encontraremos un cómo. Nos dice que la esperanza es la fe que le gusta a Dios que siempre acompaña nuestros pasos. Por ello, insiste en que no perdamos nunca la esperanza y llega a decir que un educador sin esperanza, sin  ilusión, es un cadáver que no podrá educar.
Si hoy vivimos en un mundo intoxicado de información, debemos educar para interpretar esa información y convertirla en conocimientos. Educar emocionalmente la libertad, descubrir cuáles son las cadenas que nos impiden crecer. Para ello, debemos estar en disposición de aprender siempre, saber leer el evangelio con ojos nuevos para descubrir su radicalidad y movernos a entregar la vida en la cotidianidad, llegar a ser luz y sal, cultivar  una educación de calidad que promueva la cultura de la paz y la no-violencia en la Venezuela de hoy, y nos permita ser críticos y tener el valor de decirnos las cosas sin ofendernos, y de este modo seguir abriendo caminos nuevos .
Por: Maribel Rodríguez  de Pérez 

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