Hoy quiero hablarles de una persona genial. Quiero hablarles de Elsa Miranda, mi profesora de literatura en bachillerato. Elsa Miranda murió hace poco, en Puerto Cabello, Estado Carababo, ya retirada, ya cansada de un cáncer que no la dejaba en paz. En los últimos tiempos supe de ella. Estaba orgullosa de su alumno escritor. Decía que por alumnos así valía la pena toda una vida de sacrificios en la enseñanza. Así me contó mi hermano, quien vive en el puerto y tiene un amigo que fue sobrino de Elsa. Me llena de orgullo saber que lo que uno hace, que lo que uno decidió ser, deja huella en la vida de otros. Pero no quiero hablar de mí. Ya lo dije, quiero hablar de Elsa.
La recuerdo bajita, regordeta, con una melena siempre agitada, siempre pintada de algún color extravagante. La recuerdo inquieta, moviéndose de aquí para allá en aquel salón del segundo año de bachillerato del colegio La Salle. Hablaba sin parar, apasionada con lo que decía. Porque eso le sobraba a ella: pasión. Elsa estaba enamorada de lo que hacía, estaba enamorada de la literatura. Cuando nos daba clases parecía un profesor universitario. Nos retaba, nos llevaba a otros niveles. Nos hacía sentir adultos. O por lo menos, a mí me hacía sentir adulto. Pero no crean que ella gustaba de ser una profesora de lecturas y enseñanzas complejas, aburridas, difíciles. No, Elsa Miranda era una persona genial. Ella tenía una manera de enseñar tan maravillosa que te hacía creer que te estaba dando a conocer algo que muy pocos sabían. Sus explicaciones te hacían sentir único, te abrían la mente. Yo tuve varias personas geniales que me acercaron a la lectura. Una de ellas fue mi padre, y otra fue Elsa Miranda. Elsa me acercó a la lectura con esa capacidad suya de hacerte ver qué sencillo es aquello que parece tan difícil. Ella era una reveladora de secretos, nuestra guía a través de la literatura y de la vida, dos palabras tan enormes, tan intimidantes; dos palabras que, gracias a ella, comenzamos a encarar sin miedo, con seriedad pero al mismo tiempo llenos de alegría, buscando siempre la esencia, ese estallido de luz que nos llevaría a comprender las cosas más allá del caletre, más allá del aburrimiento. Sólo una persona genial es capaz de hacerte entender que para llegar a una respuesta sencilla debes no obstante atravesar un bosque de complejidades. Porque dentro de lo sencillo yace la complejidad. Y si no me creen, pues lo dejo con Albert Einstein, quien dijo: «Si tu intención es describir la verdad, hazlo con sencillez». También lo ha dicho en los últimos años John Maeda, diseñador gráfico y científico de la computación, genio de nuestros tiempos. «El conocimiento hace todo más sencillo», así nos dice Maeda en su libro Las leyes de la simplicidad. Y esto es cierto, pero creo además que al conocimiento debemos agregarle pasión (que como ya se dijo, le sobraba a Elsa), y cuando agregamos pasión al conocimiento, empezamos a hablar de imaginación. La imaginación es uno de los caminos fundamentales hacia la libertad, hacia la vida plena. Quien imagina, nunca será prisionero. Quizás Elsa Miranda imaginaba que todos aquellos alumnos que estaban allí, frente a ella, iban a crecer imaginativos, libres, buenos hombres. Y si no todos, quizás algunos; y con algunos siempre basta. Por eso Elsa Miranda era genial, porque era capaz de hacernos entender que el conocimiento, la simplicidad y la imaginación eran necesarios para la vida. Elsa se esforzaba por hacernos comprender que la literatura no era una cosa curiosa que estaba ahí de más y para pasar el rato. Para Elsa la literatura era «necesaria». Volvamos a Maeda:
«Las tareas difíciles se ven más fáciles cuando son ‘necesarias de aprender’ más que ‘agradables de aprender’. Un curso de historia, de matemáticas o de química podrían ser agradables de aprender para un quinceañero, pero aprender a manejar un carro es una necesidad para la autonomía. Al principio de la vida luchamos por nuestra independencia, y hacia el final también hacemos lo mismo. La esencia de los mejores premios se encuentra en el deseo fundamental de la libertad de pensamiento, de vida, de ser».
El mejor premio, la mejor recompensa es aprender de la vida. Elsa Miranda me hizo comprender que la lectura enseña de la vida, y que la literatura enseña a saber vivirla. Y no porque sea necesario aprender de la vida, la lectura y el conocimiento no tienen que ser agradables. Todo lo contrario. Elsa siempre se esforzaba por hacer que nuestra clase fuese entretenida. Y sí, tenía ese estilo que te hacía sentir universitario, adulto; pero nadie ha dicho que un profesor universitario ha de ser aburrido, ni tampoco sumamente complejo. Elsa, como excelente educadora que era, pensaba en nosotros, y nos respetaba porque no nos subestimaba, pero también porque no abusaba de nosotros con lecturas que no estaban a nuestro nivel de maduración. Elsa siempre buscó que nos fascinara la lectura, y para ello nos mandaba libros que contaran historias, que tuvieran una escritura amena y directa; libros con humor, literatura de la buena. Nunca nos lanzó un ladrillo, se lo agradezco, y siempre, pero siempre buscó llegar a la esencia de las cosas a través de lo sencillo. Pero para enseñarles a otros lo sencillo, debemos primero adentrarnos en la complejidad, entenderla y sacar de allí lo fundamental de las cosas. Quien no ha pasado por este proceso, no puede comprender esto que digo, ni tampoco enseñar como enseñan las personas geniales; con humildad, con pasión, con profundos conocimientos y con una claro sentido de la sensatez y de lo esencial.
¿Cuántas personas geniales conseguirán los niños en sus colegios? ¿Cuántas personas geniales harán magia frente a sus muchachos, desplegando los mantos secretos de las páginas de los libros para explicarnos el mundo? ¿Cuántas personas geniales podremos encontrarnos en la vida, hoy, o mañana? Porque siempre habrá un mañana, esa lupa que todo lo agranda, y nos hace reconocer, si no lo hicimos antes, a las personas geniales que pasaron por nuestras vidas. Yo supe reconocer a esa persona genial. A pesar de ser tan diferente supe que Elsa lo era. Desde entonces me siento muy contento de haberla identificado y de haberla incluido en mi lista de personas geniales. Porque una cosa debe quedar muy clara: todos tenemos el derecho de conocer personas geniales, pero también tenemos el deber de buscarlas.
De verdad, muchas gracias a las personas geniales. Muchas gracias a Elsa Miranda.
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