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lunes, 9 de febrero de 2015

La literatura infantil contribuye al enriquecimiento de las facultades cognoscitivas del niño, que necesita mejorar permanentemente su destreza lingüística y social, como necesita desarrollar su capacidad intelectual y emocional.

Familia, escuela y literatura infantil

Víctor Montoya
Lectora con magia o maga lectora. Ilustración de Shiori Matsumoto
Lectora con magia o maga lectora. Ilustración de Shiori Matsumoto
Cuál es la literatura apropiada para las primeras edades? La respuesta no es simple; primero, no existen recetas exactas para cada niño ni edad; y, segundo, esto depende de otros factores en los que intervienen la educación de los padres, las posibilidades económicas y los criterios respecto a lo que es “buena” o “mala” literatura.
Si se parte del principio de que los niños necesitan un acercamiento gradual y sin premuras hacia la palabra escrita, entonces es lógico recomendar, de un modo general, una literatura que reúna ciertos requisitos indispensables: textos comprensibles, ilustraciones a colores y temas que sirvan como fuentes de goce estético, diversión y juego.
Sin embargo, a pesar de las recomendaciones vertidas por los especialistas, algunos padres compran libros para sus hijos a partir de su criterio personal y no a partir del interés del niño, por cuanto es frecuente escuchar comentarios que contradicen la opinión de los niños: “No, hijo, este libro no es bueno porque tiene muchos dibujitos y tampoco aquel otro porque tiene puras letras”.
La elección de un libro para los hijos también depende de la economía de los padres. Si el libro es muy caro, no es raro escuchar: “Este libro es muy voluminoso”. Y si es el libro es muy barato, no dudan en cuestionar: “Este libro debe ser muy malo, el precio lo dice todo”. Entonces, como si la librería y las ferias del libro fuesen una suerte de mercados de abarrotes, se compran libros que mejor se ajustan al grosor de la billetera.
No digo que la elección que hacen los padres a la hora de adquirir un libro sea disparatada, sino que, a veces, se compran libros sin considerar el verdadero interés de los niños y sin preguntarles cuál sería el libro que a ellos les gustaría leer, independientemente del volumen o el precio.
La mayoría de los padres -y desde luego también algunos profesores-, consideran que un libro infantil debe ser instructivo; es decir, debe impartir conocimientos “científicos y positivos” para mejorar las notas escolares del niño, ya que un libro de aventuras y fantasías no le aporta nada y, para lo peor, hasta puede inculcarle valores negativos y de “mala conducta”.
Estos padres no advierten que, con los libros elegidos a su criterio y sin previa consulta a los hijos, están poniendo en riesgo el estímulo que necesitan los niños para adquirir el hábito de la lectura. Los niños que leen libros por obligación -o son sometidos a lecturas que no les interesa-, tienden a convertirse en personas reacias a la lectura; en cambio, los niños que leen libros que estimulan su fantasía y abordan temas que son de su interés, tienden a gozar con la literatura y asumen la lectura como una parte de sus vidas.
En contraste con los ejemplos citados, existen padres que se acomodan al interés lector de sus hijos y que, guiados por su intuición, les compran libros que los impactan tanto por su formato como por su contenido. No es casual que estos padres, apenas un hijo les enseña un libro de su interés, exclamen: “¡Qué bien, hijo! ¡Qué libro tan maravilloso! ¡Seguro que te va a gustar!”; es más, le sugieren que escoja otro libro más que le gustaría leer.
Curiosidad lectora. Ivan Stepanovich Ivanov-Sakachev
Curiosidad lectora. Ivan Stepanovich Ivanov-Sakachev
Después están los padres a quienes poco o nada les interesan los libros destinados a los niños, no tanto porque tienen escasos recursos, sino porque carecen de conocimientos o, como suele ocurrir en nuestro medio, porque ellos mismos no tuvieron padres que estimularan su hábito de la lectura. Por lo tanto, es normal escucharles decir: “No vale la pena invertir dinero en libros que sólo divierten y no enseñan nada. Además, para qué gastar en libros, si igual se divierten mirando la tele”.
Se sobreentiende que con este tipo de padres es muy difícil razonar en torno a la importancia de la literatura infantil en la formación integral del niño, en vista de que ellos mismo, debido a razones socioeconómicas, no tuvieron acceso al maravilloso mundo de la literaria infantil durante su infancia, siendo que la familia es el principal agente mediador entre los niños y los libros.
La familia, junto con la escuela, es el entorno inmediato en el cual se debe fomentar el hábito de la lectura. En un hogar donde existen personas que leen de manera habitual, los niños no ven los libros como objetos raros, sino como materiales donde unos buscan el entretenimiento en sus ratos de ocio, en tanto otros buscan los conocimientos que necesitan en su vida personal o profesional.
La familia y la escuela son imprescindibles para formar buenos lectores desde la infancia, no sólo porque los padres y profesores son los principales modelos de los niños, sino también porque los adultos son los encargados de guiarlos en sus primeros pasos hacia la conquista de los cofres literarios, donde están los tesoros de la literatura infantil. Si los niños ven que los adultos disfrutan con la lectura, entonces comprenden que una de las mejores maneras de matar el tedio es refugiándose en las páginas de los libros, aunque mirar la televisión o pasar el tiempo con los videojuegos sean también otras de las tentaciones que los acechan a diario.
La familia es el ámbito ideal para que los niños descubran la palabra a través de la narración oral o la lectura de un libro. Una madre que suele contar cuentos a sus hijos cuando éstos se acuestan o un padre que les lee libros en los momentos lúdicos, aun sin saberlo, están cumpliendo una función de mediadores entre los niños y la literatura infantil. Cuando esto se convierte en una costumbre familiar, es muy probable que estos niños, cuando sean padres, repitan el mismo hábito con sus hijos, ya que existen costumbres que se transmiten de padres a hijos y de generación en generación.
La familia, en el mejor de los casos, debe disponer de una pequeña biblioteca, dejando al alcance de los niños los libros que pueden despertar su curiosidad y, consiguientemente, su interés por leerlos sin que nadie los obligue. Los libros tienen que ser asequibles, como las frutas apetecibles puestas en un frutero. El niño primero los contempla, después los hojea y, si están con mucho apetito de lectura, los toman como si fuesen frutas, los leen y los disfrutan.
La familia y la escuela son centros de recursos para la enseñanza y el aprendizaje, pero para poder cumplir a cabalidad este objetivo, aunque parezca una mera aspiración idealista, es necesario que en el hogar exista una pequeña biblioteca familiar y en la unidad educativa una biblioteca escolar dotada de materiales que sean del interés de los niños, puesto que la biblioteca es un recinto de entretenimiento y aprendizaje, pero también un reino que cobija a los interesados en adentrarse en los mundos imaginarios de la literatura infantil.
En síntesis, valga considerar tres aspectos fundamentales en la interrelación habida entre familia, escuela y literatura:
 1). La familia y la escuela sirven como intermediarios entre los niños y los libros;
 2). Los niños dan sus primeros pasos y comienzan su contacto con la palabra, hecha cuento y poesía, entre los brazos de sus padres y entre las cuatro paredes del hogar;
3). La literatura infantil contribuye al enriquecimiento de las facultades cognoscitivas del niño, que necesita mejorar permanentemente su destreza lingüística y social, como necesita desarrollar su capacidad intelectual y emocional.

El Banco del Libro resiste en su labor de promover la lectura

María Beatriz Medina y Virginia Betancourt consideran que el principal reto de la institución es sobrevivir en un contexto de crisis económica | Manuel Sardá
María Beatriz Medina y Virginia Betancourt consideran que el principal reto de la institución es sobrevivir en un contexto de crisis económica | Manuel Sardá
La organización asegura que cada vez es menor el apoyo de la empresa privada y el del Estado representa aproximadamente 16% de su presupuesto anual

Cuando Virginia Betancourt entra al Banco del Libro todos la saludan, la tratan con extrema cordialidad, le abren las puertas, la hacen sentir cómoda.

Ninguna de las personas que trabajan en el edificio que está ubicado en Altamira Sur ignora que ella fue la impulsora de la institución. 

"El comienzo de todo se asocia con el deseo de cambiar el país después de la caída de Marcos Pérez Jiménez. En ese momento un grupo de personas le pidió ayuda a mi mamá, Carmen Valverde, esposa del presidente Rómulo Betancourt, para crear una asociación que tuvo vida muy corta, Solidaridad Humana, con la que colaboré. Entre sus actividades estaba la recolección de libros para los niños más pobres", cuenta.

Recuerda, sin dejar de sonreír, el galpón en Plaza Venezuela que sirvió para guardar todo lo recabado, especialmente los textos escolares con los que empezaron. Se inspiraron en el intercambio de alimentos, ropa y libros que hacían hermanas, hijas y esposas de quienes estaban en la clandestinidad durante la dictadura.

De esa experiencia surgió la organización que cumple este mes 55 años de fundada.

Al comienzo hacían caravanas por las urbanizaciones para solicitar con altoparlantes la colaboración de los vecinos. "Mucha gente ayudó en esa primera etapa. Recogían libros en diferentes lugares, los organizaban. El énfasis era apoyar la educación y promover la lectura para formar ciudadanos", dice Betancourt, quien se enorgullece del programa de intercambio de textos escolares con el que se han formado varias generaciones.

En ese entonces había un trabajo en conjunto con el Estado. El galpón de Plaza Venezuela pertenecía al Ministerio de Obras Públicas, ente que en 1963 otorgó en comodato los terrenos de Altamira Sur donde actualmente se encuentra la sede de la institución.

En los a ños siguientes pensaron en grande para llevar a cabo proyectos como el Primer Seminario de Libros de Texto en Primaria, con el apoyo de Luis Beltrán Prieto Figueroa, fundador de la Federación Venezolana de Maestros. Esa iniciativa, recuerda Betancourt, sirvió para la elaboración de las primeras guías de evaluación de libros de lectura, matemáticas, ciencia y ciencias sociales, que fueron empleadas por el personal del Ministerio de Educación.

"Aún me encuentro con gente en la calle que dice que estudió en la escuela gracias al canje que promueve el Banco del Libro. También somos responsables de impulsar la producción de libros escolares en Venezuela para que se dejaran de importar. A pesar de que era una labor de amas de casa bien portadas, tuvo eco hasta en el mundo intelectual y en el área de la educación. Todo eso creó la noción de que también pensábamos y no solo éramos unas recolectoras de libros viejos", dice con satisfacción sobre un programa que se mantiene hasta ahora.


Retos en la adversidad
Si Betancourt asegura que habló sobre los orígenes, María Beatriz Medina, directora ejecutiva del Banco del Libro, reconoce que le toca hablar de lo más difícil: el contexto actual.

Como ejemplo de los cambios que ha habido menciona el proyecto del llamado Bibliobús, que llevaba libros a los barrios y que en 1973 llegó a estar presente en 16 zonas populares de Caracas.

Hace dos años tuvo que cancelarse esa iniciativa por la imposibilidad de mantenerla operativa. Al comienzo contaban con 12 unidades, pero al final eran solo 2. "Barrio Adentro se dio hace muchísimos años", expresa entre risas Betancourt.

Ambas recuerdan también el sistema de cinco bibliotecas públicas, que tiene como principal exponente la Mariano Picón Salas del Parque Arístides Rojas, que luego fue transferido al Estado.

Otro motivo de orgullo es Ediciones Ekaré, que surgió como un proyecto de promoción de lectura del Banco del Libro y que ahora se vale por sí mismo. Un título emblema es La calle es libre, editado en 1981, sobre la historia real de unos niños del barrio San José de La Urbina, donde había una biblioteca impulsada por el banco. "Ha sido traducido a 16 idiomas. El sello se convirtió no solo en una referencia nacional, sino internacional.

Ahora sigue adelante, con todo y las dificultades editoriales que atraviesa la industria", señala Medina.

Betancourt lamenta que las bibliotecas estén sin nuevos títulos desde hace varios años: "Lo importante es que compren los libros y los distribuyan para que lleguen a los niños, pero eso no se está haciendo". Medina aclara: "Sí hay estados que han comprado libros recomendados por el Banco del Libro, como Miranda. Sin embargo, sí han disminuido las compras institucionales en el país, cuando en Chile, Colombia y Guatemala buscan las publicaciones de Ekaré".

Cuando se les pregunta por los retos de la institución, Betancourt responde sin titubear: "Sobrevivir". La directora ejecutiva lo confirma: "La supervivencia. Para multiplicar nuestras acciones necesitamos de una articulación mucho mayor. Hemos logrado resistir".

Del presupuesto anual, Medina asegura que aproximadamente 16% proviene del Ministerio de Educación. "En 2013 no hubo aporte, pero lo retomaron. Cada vez es también menor el que recibimos de la empresa privada por la situación del país. Mantenemos apoyos de fundaciones como Telefónica y el Goethe-Institut". 

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