Como esos niños rusos, pálidos y excéntricos, célebres por mantener a la vez docenas de pujas en multiplicados tableros de ajedrez, es fama que Bolívar era capaz de dictar varias cartas al mismo tiempo mientras se paseaba por la habitación sosteniendo un libro en la mano, que cada tanto se detenía a revisar. Y otras veces, tal como ha quedado registrado en los testimonios de quienes tenían acceso a él mientras hacía estos dictados, lo hacía meciéndose en una hamaca y silbando un aire publicano francés cuyo compás levaba golpeándose los pies uno contra otro.
"Bolívar –escribió Rufino Blanco Fombona en el prólogo de su recopilación titulada Discursos y proclamas– dedica todos los días, horas enteras a su correspondencia, según consta de O'Leary de otros contemporáneos... Con los escribientes desfoga a veces su mal humor. "Martel está más torpe que nunca', le dicta al propio Martel comunicándose con un corresponsal. En otra ocasión, el 8 de abril de 1825, expone, desde Lima, al general Urdaneta: "no tengo quién me escriba y yo no sé escribir. Cada instante tengo que buscar nuevo amanuense y que sufrir con ellos las más furiosas rabietas, por lo que me es imposible tener correspondencia con nadie".
A este ritmo, el de la fiera que salva la cuadrícula de su confín con zancadas de desasosiego e incontinencia verbal, Bolívar va acumulando esa descomunal escritura que nunca fue concebida como los diversos originales de libros diferentes, –de etapas recortadas por los extremos en un proceso de producción intelectual–, sino como un aluvión de ideas, gestos, afanes, sentimientos, rencores y proyectos que otro apunta –dejando en ello el aliento– con trazos de tinta fresca sobre papel como (imposible eludir la metáfora, obvia) rastros de sangre que fundaran un mapa sobre el territorio iletrado donde habrá de erigirse una nación, la nueva nación americana.
La escritura bolivariana, siguiendo el inventario de Manuel Pérez Vila, se mueve en un temario de amplio concernimiento que incluye: "los mensajes donde expone sus proyectos constitucionales; su concepto de la independencia y de la democracia; sus iniciativas en pro de la igualdad social; su lucha contra el peculado y la corrupción administrativa; sus ideas sobre el poder moral; su decidida promoción de la educación y la cultura; su visión americanista y universal; su repudio de la esclavitud y de la mita; su preservación del patrimonio minero, forestal, y de los recursos naturales no renovables; en general; sus medidas en pro de la infancia abandonada; su defensa de la soberanía nacional; su protección a la agricultura y a la industria".
Sentir las voces
Con excepción de aquellas primeras cartas que escribiera siendo un jovencito –originales, por cierto, que no destacan por su prolijidad ortográfica y que Mariano Picón Salas justifica en De la Conquista la Independencia, diciendo que: "La ortografía en que el futuro Libertador escribe sus cartas es aún deficiente, pero todo lo compensa con la audacia y la energía de lo que ya hace y dice"–; el resto de la escritura de Bolívar de la mediación de un secretario para aflorar en el folio. Su redacción no es, pues, ese ejercicio de cálculo y precisión donde se miden las destrezas de cualquier escritor (ese ejercicio de reescritura que gobierna en toda escritura) sino la respuesta, presurosa y radical, que imponían las circunstancias.
"Hay que admitir con Salcedo Bastardo", ha propuesto Domingo Miliani en País de lotófagos, "que Bolívar fue predominantemente un hombre de acción, un militar infatigable en el combate, un legislador afanoso, un constructor de nacionalidades constitutivas de una gran nacionalidad americana, proyectada aunque no lograda completamente por él. La intención dominante de su escritura es política".
Lo que implica que si la escritura de Bolívar reclama en ocasiones una lectura cargada de estremecimientos estéticos y emotivos, es decir, literarios, es porque ha logrado pactar con el lector y apelar de este sensaciones que no parecieron estar planificadas en el momento de la redacción. Es lo que evidencia la interpretación de Arturo Uslar Pietri, quien en Letras y hombres de Venezuela, dejó apuntado que Bolívar: "Tenía en grado excelso el don de expresión de los grandes escritores. Lo que hacía correspondía a un pensamiento luminoso y se manifestaba en una expresión viva y hermosa. Sentía las voces. Pero, aún por encima de todo esto, es una de las almas más cargadas de sed trágica que hayan conocido los hombres. Nadie se ha parecido más a un mundo, y nunca un mundo tan extenso, complejo arduo, se ha expresado con más plenitud en un alma.
No poca sensualidad
"Su gusto literario", afirma Uslar "se había formado en el neoclasicismo. Cuando con tanta donosura hace la crítica del poema de Olmedo, cita sin vacilaciones a Horario, a Boileau y a Pope. Pero cuando se pone a escribir se olvida de esa preceptiva tiesa y artificial, y o guarda de ella sino la invitación a la claridad. Su prosa tiene un vigor, una flexibilidad, un ritmo vital, que no se encuentra en ningún prosista castellano de su tiempo. Sus cartas y sus discursos revelan un excepcional don de expresión. Puede Bolívar tomarse por el primer prosista hispanoamericano de su hora".
No está demás destacar que, a pesar del notable –y nada común– entusiasmo puesto por Uslar para encomiar la obra de Bolívar, sus expresiones son, sin embargo, contenidas, si se las compara con otros exégetas que han encumbrado el pensamiento bolivariano al punto de ponerlas fuera del campo visual del lector, como esos globos que al elevarse se pierden en las nubes.
Por suerte, el sentido común ha comenzado a campear en las praderas de la crítica bolivariana y los vientos se aligeran con la circulación de puntos de vista como el de Elías Pino Iturrieta, quien propone una lectura menos retórica –menos neurótica– de la historia, en general, y de Bolívar, en particular. Por mi parte, humildemente, auspiciaría el saqueo intensivo de los muchos tomos de don Simón, embadurnar sus páginas de mostaza y arrancarle pedazos para insertarlos en ciertos relatos y novelas, de manera de dotarlos del artificio de la literaturidad.
Por lo pronto, traigo aquí una cita de mi preferencia (con la que concluye una carta a Manuela Sáenz, fechada en Ibarra, el 6 de octubre de 1826): "...No puedo más con la mano. No sé escribir". Por algún motivo, moviliza en mí gran ternura y –la Academia me perdone– no poca sensualidad.
Una bibliografía póstuma
Aunque escribía sin parar –podría afirmarse con solvencia que Bolívar dividió su vida entre la refriega y la escritura– el Libertador no era considerado, a la hora de su muerte, un hombre de letras. Se sabía, claro está, que su temperamento y las muchas urgencias de su pasión habían encontrado cauce idóneo en la expresión escrita pero muy pocos estaban conscientes del enorme volumen de sus textos, inéditos en su mayoría a la fecha de su deceso, el 17 de diciembre de 1830.
De la abundancia de la producción intelectual de Bolívar ha dado fe Manuel Pérez Vila, autor de la recopilación publicada por Biblioteca Ayacucho con el título de Doctrina del Libertador: "Se ha calculado en no menos de diez mil el número de documentos emanados del Libertador, entre cartas, oficios, decretos, mensajes, manifiestos, proclamas, proyectos constitucionales, discursos, artículos periodísticos, etc., desde el primero que se conoce –de 14 de octubre de 1795– hasta la carta que le escribió al General Justo Briceño, el 11 de diciembre de 1830, seis días antes de morir. Que este cálculo no es exagerado lo demuestra el hecho de que la Comisión Editora de los Escritos del Libertador, de la Sociedad Bolivariana de Venezuela, haya publicado hasta hoy once volúmenes con un total de 2.290 documentos, que llegan solo al 31 de octubre de 1817".
Tan copiosa elaboración es comentada por Domingo Miliani, quien subraya el carácter inédito de la mayor parte de su escritura, en vida del autor: "Como productor de signos su obra madura comienza desde 1812. Tiene tres vertientes: a) la escritura para ser leída (proclamas y alocuciones a los pueblos en proceso de liberación); b) la escritura para ser oída (oratoria), formada por discursos cuidadosamente escritos, como el de Angostura, o dictados sobre la marcha de sus campañas; c) la escritura para ser guardada en confidencia (epistolario) o transmitida a título público de comunicación con sus oficiales o personalidades de alta relevancia política".
–Solo la oratoria –continúa Miliani– que agrupa las dos primeras vertientes (proclamas y discursos) alcanzó difusión contemporánea con su autor. El propio Bolívar se preocupaba de que sus textos políticos fueran difundidos como instrumentos de combate al adversario y de persuasión a los pueblos por los cuales empeñaba su esfuerzo libertador. En cuanto a las cartas, es sabido que ya en sus últimos años pedía la incineración de sus documentos, para evitar que cayeran en manos de adversarios o detractores y fueran instrumentos para empañar su imagen ante la posteridad.
Sí: Padre de la Patria
Por Jesús Sanoja Hernández
La bibliografía sobre Bolívar es tan grande como su proyección histórica. No fue hombre para morir con su época, y donde se hurgue, en su acción infatigable como en sus ideas, expresadas en cartas, manifiestos y discursos, se encontrará riquísima cantera. No se olvide aquel artículo cabrujiano donde se deslizó el término "loquito" para calificarlo (como antes lo había hecho don Pepe Izquierdo) y la polémica que, por semanas, se desató. Ni los bolivarianos a ultranza, como el fidelísimo Villalba Villalba, ni los radicales revisionistas de nuestro proceso histórico y sus héroes, nadie en fin que no perteneciera a cierta logia en formación, presentía entonces que el 4F estremecería al país con un movimiento cuyas siglas envolvían su nombre en un golpe de Estado.
Bolívar ha desatado pasiones, casi siempre no tan auténticas o legítimas como las que él puso por la libertad de su patria, la creación de otras y la fusión de tres en la Gran Colombia como parte del ambicioso e irrealizable proyecto de unidad latinoamericana. "La patria es América", decía, y por esos mismos días Monroe bautizaba fatal doctrina donde el continente aparecería, como legado para el fin de siglo y comienzos del actual, con una América partida en dos: al norte la gran potencia que irrumpió en el Caribe y Centroamérica para segregar a Panamá de Colombia, imponer la enmienda Platt en Cuba, intervenir a gusto y disgusto en República Dominicana, Haití y Nicaragua, y posesionarse de Puerto Rico; y al sur del Río Bravo aquella que podía ser invadida o, más piadosamente, sometida a la política de Washington.
En los países grancolombianos la cantidad de obras sobre Bolívar es inmensa, sobre todo en Venezuela y Colombia. Entre nosotros, y en su momento, abundaron paecistas y piaristas enfrentados a los bolivarianos, y en Colombia a estos se les opusieron no pocos santanderistas, pero en general, luego de Felipe Larrazábal y Blanco Fombona, "el culto a Bolívar" ha sido la norma, cuestionada parcialmente por algunos historiadores de excelente formación académica.
Para tener idea de la repercusión de Bolívar en Europa bastaría consultar los tres gruesos volúmenes editados por la Presidencia de la República donde Alberto Fillipi ha recogido innumerables testimonios cuya lectura demostraría al más escéptico la proyección del pensamiento y acción del Libertador. Bolívar ha sobrevivido fácilmente a las críticas de Boussingault y Madariaga y hasta a la visión doctrinaria de Marx, al menos si le damos crédito al juicio de Jorge Abelardo Ramos en El marxismo de Indias. En la ex Unión Soviética la revista América Latina dedicó una edición especial a Bolívar y un muy conocido historiador, Lavretsky, que estudió obra y vida de Ernesto Guevara y Salvador Allende, en la parte final de su biografía Simón Bolívar citó, a propósito del artículo de Marx, aquella inobjetable advertencia del Libertador: "Para juzgar de las revoluciones y de sus actores, es menester observarlos muy de cerca y juzgarlos muy de lejos".
Bien hizo la Biblioteca Ayacucho al escoger como título primero de su colección a Doctrina del Libertador y cederle el prólogo a Augusto Mijares y la compilación, notas y cronología a Pérez Vila. Mijares, en su ejemplar libro El Libertador había incursionado en el misterio o enredo de "las supuestas cartas de Bolívar para Fanny Du Villars", terreno tocado antes por Marcos Falcón Briceño. Pudo aclararse entonces, no solo que la verdadera destinataria no era Fanny sino Teresa de Laisney, casada con Mariano de Tristán. Y de paso que la famosísima Flora Tristán no era hija de Bolívar.
Ni nieto Paul Gauguin, el de la pintura atrapada en Tahití. Bolívar no dejó hijos. Bastante tenía con haber sido Padre de la Patria.
*Publicado el 12 de julio de 1998.